Carta inédita de Horacio Sevilla a César Vallejo
Esta correspondencia que ha llegado inesperadamente a nuestras manos confirma el vínculo literario que existía entre Horacio J. Sevilla y el notable poeta peruano César Vallejo, además muestra el grado de amistad que mantenían estos dos montruos de la literatura
universal en un momento en el que el escritor ecuatoriano afrontaba la agonía de su hija.
Quito, 5 de febrero de 1921
Querido César:
Me siento agradecido por el comentario inmerecido que usted ha publicado en Letras sobre mi último poemario, sin embargo, libro condenado al desaparecimiento desde su creación insana.
De todos modos el motivo de esta carta es un comentario sobre su envío, o más bien un lamento... (usted bien comprende).
El mundo siempre revela su impiedad después de cualquier pérdida, las sombras de los que fui me atormetan y me aislan cada vez más en un rincón de esta habitación maltrecha que ya la asumo como mi tumba austera. Querido amigo, acabo de leer el borrador de Trilce y comprendo que nadie como usted ha sabido retratar el dolor del desacimiento, la angustia de este no poder decir, de estos golpes inconmensurablemente fuertes, insondablemente terribles...
Estoy intensamente maravillado con la identificación del dolor -temo no volver a salir de el-, y puedo confesarle que estoy sumido en una lectura insólita para mí, fuera de cualquier academicismo, por eso disculpe César si ahora no escribo sobre las virtudes retóricas de su texto, sino sobre la sensación que me deja leer cada página; mientras me detengo en su libro como quien osculta el misterio de una herida que cicatriza con un vértice de vidrio, solo puedo pensar en la muerte próxima de mi hija, en la cercanía del cáncer y su consorte, la cárcel de la memoria, el olvido imposible, esta boca negra que escupe palabras...
César, hay conmosión en mí después de leer una obra que estoy seguro cambiará la historia no de la literatura sino de quien la lea; corróído de esta bruma, sentenciado a esta desmemoria formada de botellas, sitiado en esto que soy: la nada, le ofrezco mi mano oscura, por lo menos, más sólida que mi palabra.
Un abrazo a la distancia,
Su amigo,
Horacio Javier Sevilla
universal en un momento en el que el escritor ecuatoriano afrontaba la agonía de su hija.
Quito, 5 de febrero de 1921
Querido César:
Me siento agradecido por el comentario inmerecido que usted ha publicado en Letras sobre mi último poemario, sin embargo, libro condenado al desaparecimiento desde su creación insana.
De todos modos el motivo de esta carta es un comentario sobre su envío, o más bien un lamento... (usted bien comprende).
El mundo siempre revela su impiedad después de cualquier pérdida, las sombras de los que fui me atormetan y me aislan cada vez más en un rincón de esta habitación maltrecha que ya la asumo como mi tumba austera. Querido amigo, acabo de leer el borrador de Trilce y comprendo que nadie como usted ha sabido retratar el dolor del desacimiento, la angustia de este no poder decir, de estos golpes inconmensurablemente fuertes, insondablemente terribles...
Estoy intensamente maravillado con la identificación del dolor -temo no volver a salir de el-, y puedo confesarle que estoy sumido en una lectura insólita para mí, fuera de cualquier academicismo, por eso disculpe César si ahora no escribo sobre las virtudes retóricas de su texto, sino sobre la sensación que me deja leer cada página; mientras me detengo en su libro como quien osculta el misterio de una herida que cicatriza con un vértice de vidrio, solo puedo pensar en la muerte próxima de mi hija, en la cercanía del cáncer y su consorte, la cárcel de la memoria, el olvido imposible, esta boca negra que escupe palabras...
César, hay conmosión en mí después de leer una obra que estoy seguro cambiará la historia no de la literatura sino de quien la lea; corróído de esta bruma, sentenciado a esta desmemoria formada de botellas, sitiado en esto que soy: la nada, le ofrezco mi mano oscura, por lo menos, más sólida que mi palabra.
Un abrazo a la distancia,
Su amigo,
Horacio Javier Sevilla